La canción memorable
El sol apretaba, como suele ocurrir en mañanas de enero en Buenos Aires. Por eso Diana se apresura en hacer sus diligencias, cosa de volver a su apartamento a eso de las 11 de la mañana, a más tardar.
Ese lunes no fue la excepción. Las manos sosteniendo los costales con suministros acabados de adquirir en el supermercado, se disponía a emprender la vuelta cuando recordó que aún le faltaba retirar sus nuevas gafas de la óptica, distante solo a dos calles de donde se encontraba.
-Prefiero hacerlo hoy y no esta tarde –se dijo- por lo que volvió sobre sus pasos, cruzó la acera y, un tanto agobiada por el calor y el peso de las provisiones, enfiló decidida hacia la oftálmica.
El silbido, cadencioso y reconocible, provocó un tumulto en su corazón. ¿Quién recordaría aquella vieja canción de un baladista argentino de los años 60, hoy destinado al olvido? No pertenecía a la trova popular, esa que la memoria colectiva o el estallido de la moda recrea a intervalos más o menos regulares. Hacía años que nadie la entonaba. Las nuevas generaciones, seguro, no tenían idea de su existencia y mucho menos la de aquel autor provinciano que tuvo sus días de gloria, junto a ídolos juveniles como Palito o Sandro.
Diana sentía los pasos cercanos del silbador detrás de ella. Y el silbido, incisivo como un dardo apuntando a su corazón maltrecho de tantas carencias amatorias. Mermas que tuvieron su punto culminante en aquel Julián de su juventud, conjurados ella y él en códigos pasionales cuya clave era la canción, inolvidable y única.
Pero no podía ser él, vivía en Santiago del Estero. ¡Imposible que se encontrara en uno de los tantos barrios de Buenos Aires, justamente un lunes a media mañana, cuando ella, transpirando bajo el sol con cuarenta años más en su haber, abundantes canas y múltiples arrugas, intentaba darse vuelta para salir de dudas, sin lograr superar la parálisis que le impedía girar la cabeza!
Tal vez un resto de coquetería que el tiempo no pudo cubrir con su impiadoso manto, la hizo ingresar a un negocio de lencería, para preguntar por prendas que jamás usaría.
Mientras la vendedora le enseñaba seductores camisones transparentes escuchó el silbido perderse en la distancia. Casi ahogada, salió precipitadamente del local. La acera se hallaba repentinamente vacía.
Diana, al borde del desmayo y el estallido de llanto, supo que la duda, implacable y artera se instalaría tomando posesión de las interminables horas de sus noches futuras.
En tanto el sol parecía arder con furia inusitada, aquella mañana de lunes de enero en Buenos Aires.
Comentarios
Un abrazo Cata querida, un relato muy bien hilado, atrapando al lector desde un principio
FELICITACIONES
besitos y ten un día precioso:)
Hay trenes que pasan solo una vez.
Un abrazo.
Años idos y.....a vees recordados de golpe.
Cariños
Somos tan complicados...
Me ha gustado mucho, Cata.
Besos
Cariños.
Catalina querida, ahora me dejas con el intríngulis...
Besotes de estos últimos severos estertores del invierno.
¿La canción que silbaba era Santiago querido? ¿Cómo se llamaba ese baladista?
¡¡Leo Dan!!
Hermoso relato, fui tras los pasos de Diana, siguiendo su emoción.
Besos.
um grande abraço
Qué blog tan interesante, sereno, dulce, profundo. Lo acabo de encontrar, por acá pasaré muy seguido si no tienes inconveniente.
Santiago adorado
por ti he soñado
tú a mi me has dado
todo lo más puro de mi corazón......
Estoy cantando la canción que supongo escuchaba silbar Diana y mimente voló hacia los años del Club del Clan.....
por hay cuando escucho
una chacarera
me acuerdo del pago
de la vez primera
y pienso en Santiago
queriendo volver...,.
CATA: sos una maga de los relatos.
un abrazo y beso grande
Muito bom !
O quizás vos.
No lo sé, Catalina, pero es tan nuestro y es tan tuyo.
Enero, Buenos Aires y una ensoñación.
Alicia
...vaya, reacciono demasiado tarde... quizás haya sido su última oportunidad de recobrar a ese viejo amor, que jamas se olvida... que congoja llevara consigo ahora... cuando vuelva a escuchar la memorable música de su juventud
Precioso relato el que has hilvanado... querida Cata
Te va un gran abrazo... cuídate
Brisas y besos.
Malena
P.D/ Te he dejado una nota en mi blog referente a tu comentario en mi actual entrada. Gracias por dejármelo.
Un abrazo grande.
Me encantó tu relato. Como siempre, hacés que memeta en la situación y vea todo como si estuviese adentro. Esta vez me quedé un poco frustradita, eh.
Te dejo un abrazo grandísimo.
Que tengas muy buen fin de semana.
E desejo muitas felicidades.
Manuel
Paz&Amor
Isaac
Ahora siempre le arderá.
Besos.
Leyendo tu bello relato me acuerdo que estaba en Paris caminando en una calle y siento alguién también silbar una canción por detras de mí, me gustó tanto oír y miré a ver quién era y era ... un "gendarme" jajajajajaja
Ay, ay, recuerdosssss!!
Ah! me gustaría saber que música seria esa. Susana habla de una canción pero no sé de quien será. Ya sabes que soy extrangera jajaja.
Besos Catalina.
Flor
Nos atrapas con tus textos.
Un abrazo.
Es un relato por demás de atrapante, Cata. Me encantó.
Te dejo un beso grande.