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Mostrando entradas de septiembre, 2008

¿Felicidad?

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Mi amiga More Baker me ha encomendado una tarea: enumerar catorce cosas que me hacen feliz. Tomo la consigna, aclarando que no creo en la existencia de ese estado ideal que llamamos felicidad, la confundimos con el reparo de ciertos oasis en el deambular por zonas desérticas, inhóspitas, oscuras, de nuestra vida. Al comprobar que algunos fueron solamente espejismos, aprendí que la felicidad no existe, acaso nos aproxime a ella la estela de un deseo, la voluntad de creer en los sueños, una sonrisa compartida, la mirada que acaricia, el beso inesperado, una carta tardía, el llamado de un hijo que está lejos, un amanecer de pájaros que dibujan piruetas en el cielo, una voz compasiva entre bramidos, pisar las hojas secas en otoño, aromas de tostadas y chocolate caliente en mañanas invernales, veranos trasfundidos en oro líquido, bailarinas de Degas desprendidas de un cuadro al compás de un nocturno de Chopin, un libro de Cortázar, lapachos encendidos en agosto, la luna s

Extraño amor

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Y yo no me encontraba. Ciega de toda luz, con mi risa extraviada, buscaba edificar mi canto entre polvo y escombros. Como un espectro estéril, como un pájaro sediento de veranos, como una soledad en combustión perpetua. Con mi ayer doblándome la espalda en múltiples olvidos. Entonces, fuiste tú. Sin preámbulos ni despedidas. Una alucinación del alma y los sentidos. Un suave deslizarse del cuerpo por una instancia desmembrada de la niebla. Extraño y buen amor, breve y radiante. Pecado florecido entre fragmentos de oscuridad y asombro. Hiedra tenaz prendida para siempre más allá del brusco despertar sobre la nada. Catalina Zentner

Tango en cuatro tiempos

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Uno Dos Tres Cuatro

Una hoguera donde todo se consume

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¡Seguimos avivando el fuego! En el espacio que media entre susurros y silencios atraviesan la oscuridad relámpagos de fuego. Sobre un lecho de pétalos quemados el amor tiene nombre de cenizas y estrellas. Sube una llama húmeda que se pega a los cuerpos los ojos y las lenguas. Naufragan en sudores en ríos tibios y mieles abisales remontando caminos trastornados de tiempo Y luego nada importa ni los relojes, tampoco los espejos. La eternidad es este instante mientras yacen sobre corolas abrasadas en el tupido follaje del deseo. Catalina Zentner

Post Nº 100

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Hoy no celebro el cumpleaños de este Blog, ya que hubo altibajos en su continuidad. Si, con gusto comparto el Post Nº 100, número al que he llegado gracias a vuestro apoyo, un verdadero estímulo para la creación. Voy a dormir, amor, no me despiertes. Déjame en el portal de la derrota concédeme la gracia del silencio, apóstata de verbo inapelable. Déjame descansar, no me atosigues es tarde ya, no hay ruta de retorno ni pasos vacilantes en la acera. Libero mi cansancio junto al fuego alguien llevó la manta de mi alcoba quedaron hilos sueltos, tengo frío. Que el sueño me distraiga el pensamiento hundido en el costal de mi martirio y clave su estandarte entre mis ojos cerrándolos al timo y tu recuerdo. Catalina Zentner Setiembre, 2008

Si somos

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Si somos instancias entre amaneceres y llovizna retazos de pesadumbre y entereza brocal donde se arrima la memoria... ¿dónde estaremos cuando la noche nos convoque?

Turbadora inmovilidad

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Percibí la presencia en medio de una turbadora inmovilidad. Esa clase de quietud es como metal imposible de fundir, algo así como la sensación de renacer hacia un final imprevisible. No había murmullo de aves en tierna cópula, tampoco el deslizarse de guijarros desprendidos del montículo que guarda el más temible de los secretos. La transparencia de la luz veló por un instante la memoria. Guiada por aquello cuya faz nunca vería, dirigí mi mirada hacia el poniente, temerosa e ilusionada, buscando sin cesar partículas de oro capaces de forjar la llave redentora. La única capaz de liberar mi cuerpo de cadenas que me ahogan sin tregua y con encono. Catalina Zentner Setiembre 2008

Lugares II

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La niña esta vez aparece envuelta en luz plateada. Me dice: –Toma mi mano, viajemos a aquel lugar que te sostuvo en el quebranto y el placer, en la ilusión y el despojo, en la paradoja y lo racional, ven, no temas recorrer sus calles arboladas, las plazas que conocen tus secretos, las baldosas donde han quedado las marcas de tus pasos. Me resisto, la niña es ya una adolescente y comprende, sabe que volver es retornar al laberinto y tengo miedo de no encontrar el hilo de Ariadna que señale la salida. Un breve forcejeo y ella, obcecada, se impone. Una brisa perfumada de azahares me empuja tras su estela de luz desde Asunción, país de infancia, jazmineros y añiles, a una ciudad donde el sol arde en siestas pobladas por duendes silbadores que seducen a muchachas soñadoras. Ese lugar adonde -ahora lo sé- no he de volver. Me asomo a la orilla del río que se llevó mis lágrimas teñidas con el color de las ausencias, y noto, deslumbrada, que una capa rosada de f